Os propongo practicar la lectura en voz alta con un relato
corto de Franz Kafka: Una cruza. No es una lectura fácil pues es totalmente
interpretada. Es un texto para leer en primera persona, tipo monólogo, con múltiples inflexiones que obligan a
adentrarse en el personaje hasta casi convertirte en él.
Antes de grabar, calienta como te recomiendo en
Recomendaciones previas II, imprime el texto a un tamaño bien grande, al menos
a 14, y a doble espacio de separación. Léelo varias veces para familiarizarte
con él. Localiza posibles dificultades y señálalas. Pon marcas en las frases
que debes enfatizar más o en las que debes elevar la voz o acelerar y en las
que tienes que hacer lo contrario. Y arriesga. No te quedes corto. Lee de pie,
gesticula. Siente el personaje como si fueras tú y le estuvieses contando la
historia a una persona que tienes delante de ti.
Como siempre, grábate y escucha el resultado. Analiza dónde
has fallado o donde la interpretación no ha sido la adecuada y, si te quedan
ganas, repítela.
Los locutores no somos actores pero debemos practicar la
interpretación porque ésta nos ayudará a leer mejor, a transmitir mejor los
sentimientos o estados de ánimo que deseemos.
Te dejo una grabación de cómo lo he hecho yo. Pero si la vas
a escuchar, hazlo después de grabar la tuya y así no te dejarás influir ni para
bien ni para mal.
Tengo un animal curioso mitad gatito,
mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del
todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la
cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son
huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la
par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un
ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de
los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo
favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones.
Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un
asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta
mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa.
Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los
domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean
todos los niños de la vecindad.
En mis rodillas el animal ignora el temor
y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se
apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el
recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos
políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que
ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a
mí alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como
si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le
acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya
estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto,
con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que
goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma
de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale
la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato
y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo.
A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me
acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y
me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo
hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y
brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.
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